martes, abril 01, 2008

Pejes tendidos al sol


Parado sobre el despiche de puente que armó Jimbo para llegar a La Vida Loca, filosofaba porqué si el Coco de repente se volvió una moda y los billetes andan en el aire como sayoles los coqueños somos tan pobres. Si el Coco ha crecido tanto, si los coqueños han vendido, cómo es que seguimos apretujados en precarios? Dónde vivimos? Acaso San Martín, Los Canales, La Paloma y La Aurora no son más que precarios?
Los proyectos más grandes están en tierras que no eran de coqueños, esa es una primera razón. Las tierras más extensas las tenían tres familias, los demás apenas el lotecito de la casa. Pero estábamos conformes, digamos que éramos felices. Hoy, andamos desesperados porque nuestros hijos nos hicieron abuelos y ya no cabe un alma en la casa, el patio desapareció y no queda campo ni para poner a secar un jurel. Quedamos hacinados!
El coqueño nunca invirtió en tierra cuando la pesca daba platales, todo lo hartamos en guaro. Nuestro himno era “Más guaro y más tamales”, sino que lo diga Charracha. Fuimos y seguimos siendo ignorantes. Pero a decir verdad donde comen cuatro, comen ocho.
Algunos sí vendieron bien, o al menos eso parecía, pero la plata se fue como se nos resbalan las cabrillas de San Pedrillo. Otros se fueron a comprar lejos porque aquí no les alcanza ni para comprar una punta´e plancha. Por eso habemos menos coqueños. A veces voy a San José y me preguntan por mi acento guanaco de dónde putas vengo, cuando les digo que soy coqueño me responden: qué dichoso, qué suertudo! Será que ellos creen que mi apellido es Smith, yo les digo que soy Espinoza, o que soy Canales, o que soy Coyote. A esos mentados Smith sólo los veo pasar de larguito, matreros.
Vemos brotar condominios y casas de lujo por todos lados, se supone que eso es plata que se mueve en el pueblo. Pero esos terrenos en realidad habían sido vendidos a precios ridículos hace más de diez años, fueron otros los que ahora revendieron y andan en carritos de golf por la calle.
Nadie nos dijo que esto iba a pasar, ni siquiera lo vimos venir. Por eso hoy estamos confinados al terrenito que nos dejó el abuelo, sólo eso nos queda. Y por eso pedimos una millonada. Sólo eso nos queda: imaginar que nuestro rancho vale más que una mansión de Ocotal. Aunque nadie nos compre.