domingo, febrero 06, 2011

El muelle.


Los muelles tienen un aura entremezclada de misterio, inspiración, melancolía, protagonista de amores y desamores, esperas sin fin, lugar para meditar mientras cae la tarde o lugar para enrolar en las noches de verano, el muelle puede ser el punto de encuentro de dos almas que se besarán como dos anormales, esas cosas tienen los muelles, son como espaveles viejos que queremos trepar y si es posible vivir en ellos. Ese encanto raro tenía el muelle del Coco. Yo sí le saqué provecho durante muchos años: de güila me la pasaba pescando ¨ratones¨,¨roncadores¨ y ¨frijoles¨ que luego mi mamá me los freía en manteca, más de una vez me saqué un ¨colmillón¨ y corría a vendérselo a mi tata. Me acuerdo del chino Mo con el balde hasta la jeta de roncadores para llevarle a sus gatos, era el único que usaba caña de pescar, todos los demás utilizábamos un tarro de lata para arrollar la cuerda. Me acuerdo de Doña Gloria y su estilo casi poético de jalar la cuerda, mientras Don Claudio la observaba desde el Casino con un café y un cigarro.
En el muelle viví cosas y experiencias que me marcaron muchos años: ahí fue donde por primera vez le ví los pelos a una mujer, qué cosa más excitante, nunca había estado tan cerca, casi se los tocaba, me marcó mi vida sexual en solitario durante varias semanas, yo diría meses. En el muelle lanceaba o esperaba a la chiquilla que se acercaba y en cada paso traqueaba una tabla y eso para mí era como música de marimbas. Ahí fue donde por primera vez besé a una mujer con un piercing en la lengua, qué vara más rara, ni siquiera en tele había visto semejante castigo a la lengua. Una vez estaba pulseando una gringuita y fuimos al muelle con sus amigos, al rato de estar sentados empezaron a fumar mariguana, por dicha estaba haciendo viento y me puse contra corriente para no hornearme, o no recuerdo si me pijió el olor, sólo sé que esa vara huele a diablo. Me ofrecieron un jalón, nunca, jamás me habían ofrecido esa vara, yo me imaginaba todo pijiado corriendo chingo por todo el muelle o clavándome de jupa en la pura arena…chanfle, mejor sigan ustedes en lo suyo, me dije por dentro, que a mí lo que me interesa es la gringuita. Fue esa noche cuando estuve lo más cerca de un puro y la verdad no me pareció nada del otro mundo, pero qué mierda para oler tan feo!
El muelle también tuvo cosas no tan graciosas, más de una vez ví a un desgraciado quebrarse los dientes por clavarse en seco, dicen que un doctor de Liberia quedó cuadrapléjico y que alguien subió borracho a caballo y fue a dar al agua con todo y ruco. Más de un baboso en las noches oscuras pasaba caminando y no veía cuando terminaba la última tabla, cuando la marea secaba la caída era casi mortal.
Veía a los demás carajillos hacerse clavados espectaculares y yo con la adrenalina al tope me agarraba de las barandas, empecé a probar tirándome de pie desde una pequeña altura y poco a poco fui venciendo el miedo, pero nunca me tiré de espaldas al agua o parado de la baranda, mucho menos haciendo cabriolas, la escena del doctor en silla de ruedas me hacía tirarme con precaución. Nunca faltaban los comehuevos remojando a los que no se estaban bañando, con las bolsas de las pantalonetas guindando por fuera.
Cuando la marea bajaba los troncos del muelle se convertían en el marco de portería perfecto para jugar ¨ligas¨ o ¨partido loco¨, a veces llegaba Comenegro a atajar tiros libres y era todo un espectáculo verlo volar atrapando balones.
El muelle era diversión. Era pasión. Era la esencia del Coco.

Entre el muelle, la disco y las tardes de voleibol viví los veranos dorados en el Coco, pero la disco es otra historia para contar.