miércoles, enero 05, 2011

Coco-San José en tiempos de la guerra fría

Los viajes a San José del Coco y viceversa siempre tuvieron un aire místico y lleno de adrenalina que siempre recordaremos los que nacimos antes de 1980, los que nacieron después de ese año seguro viajaron, pero no se acuerdan de nada.
Llegar a la parada del Pulmitan en San José un viernes o un sábado en la mañana era un milagro encontrar un asiento para el Coco, había que tener la precaución de comprarlo un par de días antes en temporada baja y por lo menos seis días antes en época de verano. Nunca existió el aire acondicionado, se hacía parada en Alajuela, en el aeropuerto, Esparza, Cañas, Bagaces, Liberia, Sardinal y cada vez que algún idiota le hiciera señales pensando que era el bus de Upala. Por supuesto, la más emocionante era pasar cerquita del aeropuerto y admirar los avionzotes que sólo se veían en televisión. Eran casi seis horas de volar espalda y culo, el trayecto se hacía más largo cuando llegábamos a Bagaces: qué putas hace en Bagaces un bus que viene de Chepe y va para el Coco? Odiaba Bagaces sobre todas las cosas.
La parada obligatoria en Esparza era como llegar al cielo, todos veníamos reventados, bajábamos como si nos acabaran de apalear y con la vejiga en su nivel máximo de tolerancia. ¨Tienen 15 minutos¨ gritaba el chofer. O sea, corran a cagar y a mear, cabrones, y si pueden comer algo es porque tienen mucha suerte. Eso lo sabían los vendedores de sánguches que ya tenían preparado los de carne y los de queso, los pasaban por una plancha caliente y sabían a gloria. Nunca faltaba alguien que se quedaba pegado en el baño o el mae que venía de goma y se volvió a jumar en 15 minutos y había que esperarlo sí o sí. Cambronero era la parte más emocionante, las curvas y cuestas nos ponían los nervios de punta, así como el viento frío de San Ramón, era la hora de sacar la yaquetcita y cerrar ventanas para evitar un mal aire. Yo siempre me apretaba la nariz y soplaba fuerte para descompresionarme cuando íbamos subiendo. Los que estaban ralitos de la panza empezaban a llamar a Hugo, los chiquitos de brazos ya se obstinaban y empezaban a llorar como descosidos. Era la hora pico del viaje.

Del Coco salía un bus para San José a las 9 y 15 de la mañana, jamás entendí porqué a esa hora y no a las 10 o a las 9 de la mañana, o las 9 y media. Eran dos buses y dos choferes perfectamente definidos. De San José salía a las diez en punto, si los dos hacían el mismo recorrido cuál era el misterio? Todos conjeturábamos que el bus del Negro era más rápido que el de Placentino, de hecho así era y el Negro sentía un orgullo bestial por su bus, eran nacidos y fabricados el uno para el otro.


El Negro era malencarado e impopular, pero era un choferazo, muchos escogíamos viajar con él porque sentíamos el camino más corto y también más seguro, pues nadie hablaba con el Negro, todos le teníamos miedo. En realidad, él se cubría de seriedad para tapar la timidez. Mientras que Placentino volaba lengua desde el parque del Coco hasta que llegábamos a la parada de la Coca Cola en San José.
Los viejos como yo nunca olvidarán a Placentino y su bus marca Blue Bird con los asientos más duros que esa compañía o cualquiera otra hayan creado. Las viejas adoraban a Placentino, tal vez sus orejas de ternera tenían algún atractivo sexual que nunca descifré, pero siempre el flaco Placentino tenía un café caliente cuando llegaba a Sardinal como a las 3 de la tarde, antes en Alajuela lo esperaba un fresco de chan. Placentino además de pasajeros y maletas traía en su bus unas cantidades industriales de pan baguette de la no menos famosa panadería La Selecta, venían en sacos de manta que a partir de Liberia se desgranaban hasta quedar vacíos por calles, barrios y pueblos, el baguette de Placentino lo esperaban religiosamente, pero en Sardinal se armaba siempre un bochinche entre viejas que peleaban el pan y el cariño del chofer. Placentino era como Jesús repartiendo comunión. Placentino tenía enterrada a su mamá en el cementerio de Cañas, por eso se le toleraba que el Día de la Madre, Navidad o cumpleaños se bajara del bus y se dirigiera a la tumba a dejarle flores. Los turistas extranjeros se quedaban con las charolas peladas y sin saber qué pasaba, pues nadie en ese tiempo hablaba inglés. Pero el que sí me hacía llorar era el Negro cada vez que llegaba a Liberia se montaban tres hermosas negritas de 4,5 y 6 añitos a saludarlo y desearle buen viaje todas cantando en coro ¨Papito lindo, precioso, te queremos mucho,…¨no sé porqué esas palabritas nunca se me borraron de la mente, era una canción que ellas arreglaron para que los pasajeros sufriéramos de alegría después de cinco horas de suplicio y olores a vómitos.
Cuando al fin terminaba la travesía nos bajábamos con la cintura partida y los riñones despedazados, pero felices de llegar sanos y salvos, era como llegar a otro país.
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