miércoles, junio 11, 2008

La generación de los guachinangos


Se crió viendo los buchones caer en picada tras una sardina gallera, cuando Chú Vallejos arrastró hasta la playa un mero tan grande como la mitad de su bote desde Penaguaste él rozaba los diez años, creció tejiendo chinchorros bajo los tamarindos y estaba en la escuela mientras se inauguraba la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidad de Costa Rica, cuando a los pargos les llamaban guachinangos y los dorados se tiraban de vuelta al mar porque tenían mucha hiel. Daniel hoy es un abuelo de seis nietos, cuatro viven con él, es un abuelo alegre y bromista, pochotón y sincero, y aún pesca con su primogénito los mismos guachinangos, pero eso sí, ya no desperdicia un dorado. Hoy tiene la misma panga "Hernaldo", en honor a su tercer hijo, su panga está en su patio, volcada, como triste y abatida extrañando las norteras. Lo debe casi todo. No es objeto de crédito, cinco palabras que le taladran el alma se las repiten en cada banco.
Esta tarde se reúnen en casa de Daniel varios pescadores, así como él, tienen en mente una propuesta para el Gobierno, media jalada del pelo como decimos aquí: que los dejen pescar en los Parques Nacionales, en la zona de Tamarindo y Papagayo. Ellos saben que es casi misión imposible, en la Cámara de Pescadores recién comienzan a apoyarlos, por eso se reúnen en la casa de Daniel, ellos sólo quieren pescar en los lugares que siempre han pescado y adonde pueden llegar con sus pangas, quieren usar sólo cuerdas y anzuelos, una forma natural y sostenible, el mismo sistema que le enseñó Chú Vallejos, nada de trasmallos ni líneas que todo lo atrapan, no les importa que les impongan cuotas de capturas, no les importa que les hagan vedas, sólo quieren hacer lo que siempre han hecho y les ha dado de comer. Quieren volver a pescar guachinangos.

Daniel a veces hace paseos de pesca con turistas extranjeros, los lleva adonde él conoce: a los bajos de San Pedrillo, a los bajos de Catalinas, a Baloya, su especialidad son los bajos, "ya no quedan pescadores como yo que conocen los bajos", dice orgulloso. En sus viajes él no promete un pez vela ni un marlin blanco, pero sabe cómo llegarle a los pargos colmillones y a las cabrillas. Daniel sabe que pronto no podrá pescar ni para los gringos ni para su familia, él con su "Hernaldo" no tienen más zonas de pesca, por eso su carrera es contra el tiempo, contra el gordo funcionario de Incopesca, contra los despachos de gente con corbata y que nunca en su vida oyeron la historia de un hombre que envejeció mientras su panga se cubría de abrojo.