lunes, mayo 28, 2007

Un hotel, una historia.

Cuando al Coco llegaron las primeras familias atravesando montañas y buscando, bueno no sé qué buscaban, pero algo había aquí que se quedaron hasta la fecha, de eso hace no menos de 150 años. Al principio vivieron de lo que sembraban y pescaban, construían sus chozas de lo que talaban, una economía extractiva de recursos. El buceo de las perlas fue la primera actividad lucrativa del mar, hubo también explotación maderera. Luego unos largos años de sopor, donde nuestra gente por poco y andaba desnuda, todos iguales, como cortados con tijera. Por esos días llegó don Claudio Rojas cargando en su viejo camión a su mujer, sus sudores y esperanzas a punta de chuzo por las ciénagas de Bolsón. Forjó la primera industria turística de Guanacaste, aunque pocos sabían dónde quedaba este lugar, aquí nacieron sus hijos y creció el negocio a punta de trabajo e ideas nuevas y sus manos callosas. Otros lo siguieron luego, y otros, sus negocios crecieron, se hicieron las primeras cabinas frente al mar, el primer restaurante con menú, la primera rocola, el primer bar con luces de colores, la primera fábrica de hielo, la primer venta de gasolina. Todo iba bien hasta que lo alcanzó el cambio de los tiempos, no se dio cuenta cuándo ni en qué momento, pero los tiempos cambiaron. Ya para ese tiempo ni la fuerza física ni su gran poder mediático eran suficientes para enfrentar la nueva realidad. Los jóvenes no lo saben ni lo conocieron pero él con sus manos construyó un camino, dejó la ruta echa para que hoy un montón de especuladores se hagan millonarios en menos tiempo de lo que él duraba en sacar su camión del barro. Hoy no quedan más que escombros de lo que una vez fue un pequeño imperio, él no está ya más para sufrirlo, él fue adelantado de su tiempo y murió en su hora, aún así su esfuerzo resultó inútil. El nuevo Marriott revivirá su viejo sueño y ya no pescará doña Gloria desde su muelle querido, el muellecito donde nacieron amores de temporada y la gente comía lo que pescaba. Una hotelera transnacional chuceará los bueyes y andará su viejo camión desde sus oficinas de servicio al cliente, y no se molestará en saber cuántas lágrimas y cuánta sangre quedaron en las ciénagas.